martes, 11 de noviembre de 2008

Ojos tristes


Hay unos ojos tristes allí afuera, entre la noche asesina.
Hay una niebla horrible y agresiva, un viento nervioso, una fatalidad al asecho y ni siquiera la luna, temerosa, intenta asomar su pálida cara.
Yo, detrás de un vidrio.
Adentro los leños arden y las paredes absorben la maldad de afuera para transformarla en una quietud que, a veces, también asusta.
Intento persuadirme pero la mirada no me deja en paz. Me inhibe, me atrapa, pide clemencia, una ayuda desesperada, desde allí, el lugar macabro.
Tengo miedo.
Siento la amarga sensación de no poder ayudarla, temo que muera así, a la intemperie.
Pero a la vez no se que es. Solo la observo y tranquilizo mi mente llena de conciencia sucia, pensando que aquella mirada me quiere matar, que por eso no la rescato.
Así unos cuantos minutos, no sé, quince.
Hasta que empieza a caer la lluvia y la mirada se vuelve más triste.
Un impulso de compasión me larga desesperado hacia ella. Ya no me importa quien es, solo sé que debo ayudarla. Las maldad oscura yo no me asusta, la desafío para salvar a esos ojos compungidos.
Al llegar, la mirada se me acerca afectuosa y me lame la mano.
Me quedo incrédulo en medio de la noche lluviosa mientras el perro entra en la casa y se acomoda junto a la estufa.

1 comentario:

Tefilina dijo...

... no hay nada más conmovedor que la mirada de un perro... bueno, si, puede haber cosas más conmovedoras, pero eso enternece mucho...
La mirada de las vacas también!!! Cuando alguien está triste suelo decir que tiene ojos de vaca...