viernes, 23 de febrero de 2007

Arbol

A lo lejos está el árbol. Gris como siempre; oscuro, lleno del espanto de las ramas deshojadas, que hacen perder el aliento a quien lo vea, que hará sentir y despertar el miedo más profundo en el corazón de cualquier mortal.
A su alrededor todo negro y lúgubre. Hojas secas en el piso iguales a la muerte, tan parecidas a la memoria de quienes descansan bajo la tierra que oculta.. Como una alfombra seca, intransitable.
Solo como el sabe estar. Nada, absolutamente nada en este mundo puede tener más soledad que aquel árbol.
Es viejo. Ha visto crecer y morir a miles de personas pero él no morirá jamás, casualmente, el más vivo entre tanta muerte. Porque los muertos que allí descansan le nutren las raíces con sus historias. Relatos de valientes luchadores que han perecido en batalla, de aldeanos trabajadores que sembraron las tierras, de jóvenes que juraron su amor bajo su copa y de gente que sufrió por esos amores y fueron a morir ahorcados en sus brazos de madera.
El árbol es de todos y también de nadie. Es la identidad de la ciudad, por eso no morirá; si él muere, moriremos todos.
La luz del sol apenas lo ilumina, le tiene tanto respeto que hasta parece pedirle permiso antes de acariciar sus ramas en el alba.
Desde lo alto de la colina, cuando la noche cae, la luna se posa detrás de él y nos ilumina. Y así sucederá por siempre, eternamente estará el árbol.