martes, 12 de febrero de 2008

Hasta encerrarme



Vivía a la deriva por las calles, nunca entendí bien porqué.
Caminaba desprevenido sin miedos ni ataduras hasta altas horas de la madrugada.
Cuando llovía, en la noche, esquivaba charcos pero no sucumbía en el terror del agua que caía imperiosa sobre la piel curtida. A veces la mañana me encontraba aún mojado durmiendo en algún banco de plaza o pensando el futuro en cualquier esquina porteña. Pero no me hizo muy bien pensar demasiado porque un día comencé a sentir temor; mucho.
Primero fue esquivar lugares tenebrosos que antes jamás; luego limitar mis caminatas a un solo barrio y finalmente a subir todas las noches al viejo árbol.
Sentía en aquel armatoste de madera una cálida protección a todo lo ajeno que me acechaba y así pasaba las horas, observando la ciudad desde su altura.
Hasta que un día todo cambió.
Una mañana otoñal se levantó un viento tan fuerte que rompió una gran rama sobre la que yo descansaba y caí al piso. El dolor fue muy fuerte.
Sentí que el árbol me había abandonado, ya no estaba seguro en él. Sin un lugar donde proteger mi pánico creciente, vagué por los lugares más inhóspitos de la ciudad. Ninguno me ofreció tranquilidad.
Con la locura en aumento decidí regresar a él y cuando lo hice le volví a temer.
Pero la suerte acudió a mi rescate: justo al lado del árbol se erguía imponente una vieja casona abandonada. El resto es historia conocida. Rompí la puerta a patadas y habité sus paredes durante cinco años. Me agradaba la luz del sol entrando frágil por la ventana en invierno y el olor a tierra mojada durante las tardes estivales.
Estaba tan a gusto que ya me animaba a salir un poco mas por las calles y comenzaba a sentir de nuevo la añorada soltura que tenía antes.
Pero una noche volví y encontré mi casa revuelta. Me habían robado.
Fue así como el miedo regresó.
Compré ladrillos y cemento, una pala y un balde hicieron el resto.
Mi pánico se acrecienta; la luz frágil del sol y el olor a tierra ya no existen.
La oscuridad es mi mejor amiga y de las calles que supe andar me quedan vagos recuerdos.

5 comentarios:

•·.·´¯`·.·• Pao •·.·´¯`·.·• dijo...

Hola!!!
Gracias por pasar por mi blog!

Nunca estuve en un taller literario..porque sé q no escribo bien.. solo es una forma de descargarme con cosas que me pasan, aunque parece que soy siempre positiva.. a veces no es así.

Todas las cosas que hay en el blog.. accesorios por decirlo así.. los fui descubriendo en otros blogs q se dedican a publicar "trucos" para agregar cosas: como música.. imagenes ...

Me gustó tu texto... que lindo debe ser sentirse libre, como describiste al principio y sin miedo a nada...!!!!


saludos vecino!

Paola

Anónimo dijo...

No va a escribir más =) ?

Anabel dijo...

El texto me dio la sensacion de tener un sentido paralelo, algo que viviste al lado de las situaciones que contas; algo simbólico. Me gustó por eso.

Sally Bowles dijo...

hola, me encantan tus textos!

saludos
:)

Silvina dijo...

Solía no temerle a las altas horas d ela noche y caminar sola volviendo a casa, tampoco temía caminar por lugares desconocidos... hoy, tengo un poquito de temor, será precaución... antes era más inconsciente.

Me gustaría encontrar un refugio como el tuyo...


Saludos!